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Bricolaje social
Mi padre tenía sus cosas, como todos los padres. Por ejemplo: odiaba el bricolaje. Un día llegó del trabajo, entró en el salón de casa y encontró a dos o tres de mis hermanas ante el televisor, que emitía un programa de jardinería doméstica. “¡Quitad al hijoputa ese!”, exclamó de inmediato. Le salió del alma. El buen hombre, evidentemente, estaba negado para la caja de herramientas, pero su inquina hacia las habilidades manuales tenía un fondo de más calado. Empleado de una multinacional holandesa dedicada a la fabricación de ingenios audiovisuales entre otros productos tecnológicos, sospechaba, con razón, el advenimiento de Ikea y lo que Ikea ya anunciaba hace treinta años: el capitalismo low cost, la deslocalización industrial, la irrupción de la quincalla electrónica oriental que acabaría con las grandes marcas europeas de electrodomésticos, la caída de precios hasta la deflación de artículos considerados casi un lujo en los viejos buenos tiempos (televisión, equipos de sonido, vídeo, videocámaras…); en fin…Si llega a conocer el imperio Internet-todo-gratis y el uso mundializado de los teléfonos móviles, del mismo disgusto vuelve a morirse.
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