Leer un manuscrito impone intimidad, algo parecido a una confesión. La obra aún no cuenta con el sustento formal de la edición, está como desnuda y con casi todos los artificios a la vista. La sensación es lo más parecido a un ensayo teatral sin escenario, vestuario ni efectos de puesta en escena. Aún no existe la intermediación del editor, ni el propósito de esa novela en ciernes es encandilar a muchos lectores sino convencerme a mí solo; como quien cuenta sus anhelos en voz baja a un amigo íntimo, en espera de comprensión y consejo benevolente. Demasiada cercanía para compartirla con desconocidos, por muy meritorio que sea su trabajo (siempre, siempre, muy respetable).
A veces lo lamento, puede que me haya perdido más de una lectura valiosa, pero un servidor, espero que todos lo comprendan, no se confiesa con cualquiera.
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